Lucharon y se fueron: así debemos recordar esa gesta del movimiento obrero. El 30 de marzo de 1982 se rompió la cerradura. Se demostró, en la práctica, que la dictadura tambaleaba y para que termine había que empujarla. La mayoría del pueblo repudiaba a los milicos. Repudiaba y sigue repudiando cualquier forma de represión y autoritarismo. Los burócratas del “hay que darle tiempo” existían entonces y existen aún hoy.
En el pueblo, en cambio, como lo demuestran las grandes movilizaciones de este marzo caliente, siguen vivas. Las tradiciones rebeldes que se hicieron carne en la Semana Roja de 1909, en la Patagonia Rebelde o en la resistencia peronista, durante los Rosariazos, Cordobazos, el 30 de marzo, en diciembre de 2001, y otros hitos de la historia de la clase trabajadora y el pueblo argentino.
Éste es un pueblo rebelde, y eso lo saben sus verdugos y los escritores de historietas oficiales, que se inventan figurones con los que pretenden secuestrar el protagonismo popular.
Nuestro pueblo tiene su historia, pero todavía no ha podido conquistar el poder de la pluma que le permita escribirla. Esa es la tarea que enfrenta cada generación: “arrancar la tradición de manos del conformismo”, y darle un cauce para que esa rebeldía pueda escribir, a puño alzado, la historia a contrapelo.