Ucrania, un país de 45 millones de habitantes en el este de Europa, formó parte de la Unión Soviética socialista. Tras la restauración capitalista en la URSS se transformó en un país oprimido, primero por el socialimperialismo y después por la Rusia imperialista, con la que limita en su frontera oriental. Ahora bordea el golpe de Estado, o incluso la guerra civil.
La movilización popular nacionalista y democrática iniciada hace dos meses se entrelaza en forma compleja con la intensa disputa entre dos polos imperialistas: Rusia y la Unión Europea. Ambos intentan instrumentar las aspiraciones populares para avanzar en su control de ese estratégico país.
Masas movilizadas y crisis política
En los últimos días de enero, grandes multitudes ocuparon plazas y edificios de gobierno y enfrentaron con piedras, barricadas y molotovs la represión policial en la capital Kiev y en otras ciudades. Las manifestaciones comenzaron como protestas pacíficas por la negativa del gobierno de Ucrania a firmar un tratado de asociación comercial con la Unión Europea (UE). Pero luego se sumaron la denuncia de la corrupción oficial, la criminalización de los reclamos y la represión brutal.
El Parlamento trató de distender la situación aprobando una ley de amnistía para los detenidos en las movilizaciones, pero las fuerzas políticas opositoras y los movilizados la rechazaron porque ponía como condición que se desocupara los edificios gubernamentales.
El gabinete debió renunciar en pleno. En medio de una gigantesca crisis política, el propio presidente Víktor Yanukóvich (del sector prorruso de la burguesía ucraniana) se tomó una licencia indefinida por “gripe”. Pero al mismo tiempo el Ejército de Ucrania lo conminó a “estabilizar” el país, calificó de “inadmisible” la toma de organismos estatales por los manifestantes —lo que presagia una represión ya no policial sino militar— y consideró amenazada la integridad territorial del país, tendiendo así de hecho sobre el país la sombra del golpe de Estado.
Una década de “inestabilidad”
El conflicto estalló hace dos meses, cuando Yanukóvich se negó a firmar el acuerdo de asociación que su propio gobierno venía negociando con la UE. El presidente priorizó en cambio la relación con Moscú, que le “ofrecía” un crédito millonario y una reducción en el precio del gas que Rusia le vende.
Allí se reavivó un fuego popular que parecía extinguido desde la llamada “Revolución Naranja” de 2004, que cuestionó por fraudulenta la victoria de Yanukóvich en las urnas y forzó la realización de nuevas elecciones en las que se impusieron Víktor Yushchenko y Yulia Timoshenko, ligados a países y monopolios europeos. En 2010, sin embargo, el prorrusoYanukóvich llegó al gobierno debido al descontento popular con la dupla Yushchenko-Timoshenko, que habían convertido a Ucrania en coto de caza de los monopolios occidentales, principalmente alemanes y yanquis.
Yanukóvich impuso un régimen policíaco y crecientemente subordinado a Moscú. La ex primera ministra Timoshenko fue encarcelada. Los imperialistas europeos acrecentaron su injerencia: a fines de 2011 el Parlamento Europeo exigió, como condición para el Acuerdo con Ucrania, que Timoshenko fuera liberada y pudiera participar en elecciones presidenciales. Los poderosos industriales proeuropeos volvieron a montarse en el descontento popular y en el viejo nacionalismo anti-ruso, para movilizar a la Plaza de la Independencia a decenas de miles de ucranianos desilusionados por años de promesas incumplidas, por la carestía y los bajos salarios.
Las protestas se volvieron violentas desde el 16 de enero, cuando el Parlamento endureció las leyes contra las manifestaciones. Cinco personas murieron y los conflictos violentos se propagaron hacia otras ciudades del país.
Ni la abolición de esas leyes represivas, ni la renuncia del primer ministro prorruso Azarov y todo su gobierno, ni la condicionada ley de amnistía consiguieron que los manifestantes abandonaran las calles. Más aún, un sector de los opositores creó una milicia dispuesta a “sacrificar la vida por el pueblo ucraniano y por Ucrania”.
Rusos y europeos meten la mano
La movilización democrática y patriótica de amplios sectores del pueblo ucraniano se desarrolla, así, sobre el trasfondo de la disputa estratégica entre Rusia y la UE, dos polos imperialistas, por el control de Ucrania.
Rusia quiere retener a Ucrania en su zona de influencia: trata de contrarrestar la influencia europea ofreciendo a Kiev un descuento en el precio del gas, y de integrar a Ucrania a la actual Unión Aduanera de Rusia con Bielorrusia y Kazajstán, y a la futura Unión Euroasiática impulsada por el Kremlin. En abril de 2010 el gobierno ucraniano le extendió a Moscú hasta 2042 el arriendo de la base militar de Sebastópol para la flota rusa del Mar Negro.
La Unión Europea, por su parte, tienta a Kíev con la intensificación de sus relaciones comerciales. Ucrania necesita urgente ayuda económica, pero el acuerdo con la Unión Europea, y la Unión Aduanera con Rusia, son incompatibles. Como condición para firmar el tratado de asociación, la UE exige a Ucrania “reformas democráticas”, apoyándose en la influencia que los europeos ejercen a través de sus monopolios y de dirigentes opositores como Vitali Klitschko y otros. Por la fractura que todo esto generó en la burguesía y en sectores populares ucranianos fue que, en noviembre, el presidente Yanukóvich desistió de firmar la Asociación con la UE.
En diciembre, ante las protestas y la profundización de la crisis, Moscú ofreció a Ucrania una “ayuda” financiera de 15.000 millones de dólares y una importante rebaja en el precio del gas que le suministra. Pero el imperialismo ruso no juega todas sus cartas a Yanukóvich; ahora parece estar soltándole la mano para no quedar pegado a su desprestigio por la represión y la crisis económica. Y chantajea a Ucrania con tomar medidas proteccionistas que paralizarían la industria ucraniana generando desocupación.
Alemania también se metió en la disputa regional y ofreció ayuda a Ucrania para una “salida democrática” de la crisis. La canciller Ángela Merkel y otros países europeos apoyan al mencionado Klitschko para proyectarlo como candidato a la presidencia. Los capos de la UE aspiran a impedir que Ucrania sea “integrada” a la Unión Aduanera encabezada por Rusia, y al mismo tiempo quedar como defensores de la “libertad” y la “democracia”.
Del mismo modo que entre 1960 y 1990 las dos superpotencias —EEUU y la URSS ya socialimperialista— negociaban posiciones estratégicas, países y candidatos como peones en los tableros regionales del mundo, hoy Rusia y la UE disputan palmo a palmo para afianzar su control sobre los países del este de Europa y el Oriente cercano. Y los imperialistas yanquis pretenden aprovechar el río revuelto: los líderes de los dos principales partidos opositores de Ucrania se reunieron el sábado 1º de febrero en Munich (Alemania) con el secretario de Estado norteamericano John Kerry.
Los imperialistas europeos y sus socios ucranianos se preocupan, y con razón. El 25% del gas de Europa es provisto por la corporación rusa Gazprom, y ese suministro pasa por gasoductos en Ucrania. Más de la cuarta parte del comercio exterior de Ucrania está vinculado a Rusia, y amplios sectores de la industria pesada del este del país dependen completamente del mercado ruso para la venta de sus productos. Nadie olvida que en 2006 y 2009 Rusia cerró la canilla de gas natural que tiene en sus manos; en ese entonces el chantaje ruso llevó al desabastecimiento de gas en Polonia, Austria y Hungría.
El pueblo ucraniano puede ser devorado por estas contradicciones interimperialistas, o utilizarlas con independencia para avanzar.