Hacia 1918 la Argentina y el mundo vivían grandes transformaciones. Nuestro país venía de décadas de conflictos contra el régimen oligárquico que, asociado al imperialismo, había convertido a la Argentina en el “granero del mundo” a expensas del hambre y la pobreza popular. Entre otros, habían ocurrido grandes huelgas obreras como la Semana Roja de 1909 y levantamientos campesinos como el Grito de Alcorta de 1912. En ese contexto, el radical Hipólito Yrigoyen resultó electo presidente en 1916 por voto universal e inició un gobierno con un contenido nacionalista burgués. En paralelo, la Primera Guerra Mundial acababa con las ilusiones de progreso de la burguesía imperialista y la Revolución Rusa del ‘17 mostraba por primera vez a la clase obrera en el poder.
Sin embargo, la universidad argentina, y muy en particular la de Córdoba, parecían al margen de estos cambios. En Córdoba, la Universidad seguía siendo una institución retrógrada y clerical, como si nada se hubiera modificado desde que la fundaron los jesuitas en el 1600. Los profesores tenían cargos vitalicios en los órganos de gobierno y las autoridades eran elegidas a dedo. Se estudiaba todavía el derecho público escolástico y canónico y se ocultaban las teorías científicas de Newton y Copérnico. No se permitía la organización de los estudiantes y se los obligaba a asistir a dichos cursos bajo la amenaza de perder la regularidad. Los recién recibidos recorrían las calles en toga y efectuaban ritos medievales tras la graduación. Cabe señalar, la universidad era más elitista y reducida que la que conocemos actualmente. Existían sólo tres universidades nacionales: Córdoba, Buenos Aires y La Plata; y en Córdoba sólo tres facultades: Medicina, Ingeniería y Derecho. La inmensa mayoría de los estudiantes eran hombres.
Frente a esta situación, los estudiantes comenzaron a organizarse desde 1917. El detonante fue la supresión del internado en el Hospital Nacional de Clínicas para los estudiantes de Medicina y un régimen más estricto para los de Ingeniería. Los estudiantes fueron sumando sus objeciones a los planes de estudio, al plantel docente y al sistema disciplinario. Ante el comienzo de clases de 1918 y la falta de respuestas los estudiantes resolvieron la huelga: nadie concurrió a clase. Se constituyó un Comité Pro Reforma con delegados de las tres facultades, que luego se transformó en la Federación Universitaria de Córdoba. Las autoridades respondieron con la clausura de la Universidad. Frente al conflicto, el gobierno de Yrigoyen intervino la Universidad y los estudiantes lo vivieron como un triunfo, ya que creían que a partir de la misma podrían pasar a gobernar la UNC profesores afines a la Reforma.
15 de junio: estalla la rebelión estudiantil
El interventor resolvió una reforma de los estatutos en la que se planteaba la votación del rector por el conjunto de profesores. Se convocó a la elección para el 15 de junio. Los estudiantes apoyaban al profesor Martínez Paz como candidato, que expresaba al profesorado liberal, mientras los grupos clericales y conservadores proponían a Nores Martínez. Un grupo de profesores propuso a un tercer candidato, Centeno, pero ante el empate de los dos primeros, terminó volcando sus votos hacia Nores, que se proclamó ganador. Los estudiantes lo vivieron como una estafa: así seguían los mismos de siempre. Entonces, irrumpieron en la Asamblea, rompieron vidrios, echaron a los gendarmes y a los profesores e impidieron la votación. Mil estudiantes firmaron, sobre el pupitre del rector, la declaración de huelga por tiempo indeterminado. A continuación salieron a manifestarse por las calles de Córdoba y poco tiempo después recibieron la solidaridad de la Federación Obrera de Córdoba, dirigida por Miguel Contreras, miembro del recién fundado Partido Socialista Internacional (luego Partido Comunista).
Pocos días más tarde, el 21 de junio se publicó el Manifiesto Liminar que sentó las bases del movimiento. El Manifiesto reivindicaba la violencia como única forma de responder a la afronta profesoral: “A la burla respondimos con la Revolución”, dice el texto. Y luego agrega que “si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección”. Aparece también una idea latinoamericanista de la Reforma y se plantea que “estamos viviendo una hora americana”. También se postulaban puntos claves del programa estudiantil como el cogobierno: “Nuestro régimen universitario es anacrónico (…) fundado sobre una especie de derecho divino del profesorado universitario”, por lo que reclamaban un “gobierno estrictamente democrático”. Los estudiantes pedían un gobierno tripartito de estudiantes, graduados y docentes. El cántico era: “Un solo grito, gobierno tripartito”.
Otros puntos del programa fueron la autonomía universitaria, contenidos científicos y la reforma de los métodos de enseñanza, incluida la asistencia libre y la docencia libre. Paulatinamente, varios dirigentes plantearon redefinir el vínculo entre Universidad y sociedad, a través de la extensión universitaria pero también del papel activo del estudiantado en la lucha popular. En relación a este aspecto apareció al poco tiempo una tensión entre una corriente más conservadora de los reformistas, que proponía ceñirse solamente a los problemas universitarios, y otra más combativa, que planteaba que el estudiantado debía involucrase en los procesos de lucha sociales y políticos. En medio de todo este movimiento también se funda la Federación Universitaria Argentina (FUA) con delegados de las tres Universidades Nacionales.
La lucha estudiantil continuó y logró que el 7 de agosto renunciara el rector Nores. El 26 de agosto la FUC reunió 20.000 personas y tras quince días de agitación, los estudiantes resolvieron ocupar la Universidad para presionar al gobierno. La respuesta fue la represión y la detención de varios estudiantes, acusados de sedición. No obstante, los estudiantes terminaron consiguiendo la intervención y la reforma de los estatutos que contemplaba la mayor parte de sus demandas. Era la concreción de la Reforma Universitaria. A la vez, los últimos hechos graficaron la relación compleja entre el movimiento estudiantil y el gobierno de Yrigoyen. Si de un lado el gobierno contaba con la simpatía de varios dirigentes estudiantiles, el movimiento desbordó constantemente los canales institucionales.
Proyecciones de la Reforma
La Reforma Universitaria no sólo tuvo repercusión nacional sino a escala latinoamericana. En muchos países los estudiantes exigieron cambios en las Universidades y se proyectaron sobre el conflicto político y social de cada país. Algunos dirigentes estudiantiles se volcaron al comunismo como el caso del cubano Julio Antonio Mella, fundador del PC de ese país. Otra vertiente la expresó Víctor Haya de la Torre, dirigente estudiantil peruano que fundó el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), partido que en sus inicios sostuvo posiciones antiimperialistas que expresaban a sectores de la pequeña burguesía y la intelectualidad. En todos los países latía la tensión entre un Estado y una sociedad oligárquica y proimperialista y los vientos de cambio que traían las luchas de la incipiente clase obrera, procesos revolucionarios como el de México y la propia Revolución Rusa.
En la Argentina, el gobierno de Alvear inició en 1923 una regresión de varias de las conquistas del ‘18. Pero sobre todo se vivió un fuerte retroceso a partir del golpe de Estado de 1930. Eran también momentos de avance del fascismo en Europa. La sensación de los dirigentes estudiantes fue entonces que la Reforma no había logrado sus objetivos. Un sector más avanzado fue profundizando la idea de que sólo con la transformación de la sociedad serían posibles cambios profundos en la Universidad. Tal como señaló en 1935 Aníbal Ponce: “la Universidad nuestra será libre cuando las masas americanas hayan conquistado también su libertad”. En ese camino, Ponce planteaba no sólo la unidad con los trabajadores, ya esbozada en 1918, sino la necesidad de la hegemonía del proletariado en el movimiento revolucionario. En un sentido similar la FUA definió en 1932 que “no hay reforma universitaria sin reforma social”. En los ‘30 también se organizó el grupo Insurrexit –impulsado por el Partido Comunista– que logró la conducción de la FUA a mediados de la década.
En la década del ‘60, el movimiento estudiantil retomó estas banderas y buscó llevarlas más allá. En medio de la dictadura de Onganía, se reunió en la clandestinidad el Consejo Nacional de Centros de la FUA, presidida por Jorge Rocha. Allí nació la consigna de la “Universidad del pueblo liberado”. Como dice la Resolución de ese CNC: “A esa Universidad de los monopolios y el imperialismo le oponemos la Universidad del pueblo liberado, la Universidad que en su estructura, contenido y composición tenga una sola meta, la de contribuir al desarrollo de una sociedad popular sin dependencia extranjera ni minorías usufructuarias”. Era el preludio de las grandes luchas estudiantiles de los meses siguientes y de la unidad obrero-estudiantil que se expresó en el Cordobazo.
Hoy, a 100 años de la Reforma, en medio del ajuste que busca imponer el macrismo, los estudiantes universitarios tienen el desafío de retomar esas banderas históricas y unirse con la clase obrera y el pueblo en el camino de la liberación nacional y social.