Un día como hoy, 16 de diciembre, pero de 1993 en pleno gobierno menemista, donde arreciaba la entrega y se privatizaba YPF (la empresa más importante bajo control del Estado), pero también Somisa y tantos otros patrimonios nacionales. Se llevaba adelante el achique del Estado y la reducción de gastos con decenas de miles de trabajadoras y trabajadores en la calles. Los ferrocarriles cerraban y morían los pueblos acabando con el federalismo.
Se aprobaba la Ley Federal de Educación dejando en manos de las provincias la enseñanza, entregando así una brasa encendida que los gobiernos de turno descargaron sobre el pueblo con reducción de personal y cercenamiento de la educación junto con recortes brutales a los presupuestos provinciales.
En ese contexto las provincias empiezan a derrumbarse y las políticas de ajuste empezaban a ser repelidas por la lucha popular.
Se sucedieron hasta la actualidad políticas de derrames y ajustes con niveles de pobreza alarmantes y la mayoría de lxs trabajadorxs con salarios bajo el nivel de pobreza o de indigencia.
La frontera terrateniente se fue expandiendo trayendo niveles alarmantes de destierro, pobreza y destrucción de los ecosistemas.
El atraso se expresa en un Estado que sostiene a la mayoría de la fuerza laboral ejerciendo el chantaje, la dependencia y la precariedad laboral, muy lejos del necesario “Estado presente” impulsor del desarrollo económico independiente.
El Santiagueñazo no fue un “rayo en una noche estrellada”, fue la respuesta certera a esas políticas como las que hoy prometen volver la oposición de la derecha variopinta si alcanza nuevamente el gobierno.
El Santiagueñazo hizo tronar el escarmiento popular en la provincia, pero iba a “encender la mecha” que atravesaría el país con las puebladas de Cutralco y Plaza Huincul, Mosconi, Libertador y el jujeñazo que “hirieron de muerte” al menemismo, pero luego siguió con el Argentinazo del 2001 que terminó con el gobierno endeudador, entreguista y asesino de la Alianza. En todas la puebladas el pueblo entregó sus mártires, no se pudo imponer, pero sacó enseñanzas que se transmiten a lo largo de los procesos de luchas.
Las puebladas iban a ser una constante que fueron horadando las bases de los gobiernos neoliberales abriendo un cauce donde las organizaciones populares, al no poder imponerse en la lucha por el poder, abonarían a la formación de frentes electorales progresistas, heterogéneos que se impondrían en los primeros años del nuevo milenio en la región.
Se equivocan los que quieren borrar de la memoria popular al Santiagueñazo, porque volverá una y mil veces mientras persista la pobreza, la desigualdad y el hambre, mostrando que es un camino insurreccional vigente para terminar con tanto oprobio porque dolorosamente el pueblo comprueba que los dueños del poder empujan a esa violencia para no ceder ni un ápice de sus privilegios obscenos.
Frente a esto o se los enfrenta, y para eso es necesaria la organización, la preparación y las vanguardias revolucionarias, o se somete a su poder “por las buenas”, con “gobernabilidad” mediante una “paz social sin principios” donde los planes como el que impone el FMI y los dueños del poder los termina pagando muy caro el pueblo como ocurre con la dura experiencia del presente gobierno de Alberto Fernández.
Hoy el espejo del las puebladas del Peru, frente al golpe oligárquico que derrocó a Castillo muestran que el camino de las puebladas es al que recurre el pueblo cuando necesita cambiar un rumbo; una voluntad popular que no pueden “encausar” con sangre y muertes, por el contrario, más tarde o más temprano la marea popular derribará los diques y conquistará el poder…