China derrotó las epidemias… cuando era socialista (III)

Compartimos la tercer y última nota, podés leer la primer entrega acá y la segunda acá.

Revolución social, revolución en la salud.
Contrarrevolución social, contrarrevolución en la salud

Tras la restauración capitalista encabezada por Deng Xiaoping en 1978, 40 años de políticas de descolectivización agraria, superexplotación obrera, urbanización frenética y privatización del sistema de salud hicieron que volvieran a propagarse enfermedades que habían sido eliminadas como la esquistosomiasis y la sífilis.

Bajo el socialismo los campesinos eran dueños colectivos de la tierra, y dueños también de las decisiones de sus equipos, brigadas y comunas; igual los obreros en las fábricas. Esas impresionantes iniciativas y conquistas en salud no fueron principalmente técnicas sino sociales. Y eso mismo es lo que hace imposible que políticas similares se lleven a cabo en otros países donde la tierra (el principal medio de producción social) es propiedad de un puñado de terratenientes o de empresas privadas, como sucede en casi todo el mundo, incluidas la Argentina y la propia China actual.

La revolucionarización en la salud del pueblo chino mientras China fue socialista, era parte de la revolución social iniciada en 1949. Fue la combinación de mejoras en la nutrición, las condiciones de vida, el saneamiento de la tierra y el agua, la medicina preventiva, la educación sanitaria y la atención médica (sobre la base de una revolución que puso el control de los recursos en manos de las mayorías trabajadoras y cambió, por consiguiente, las prioridades de la sociedad), lo que mejoró de modo asombroso la salud del pueblo chino en aquellos 30 años.

Todo eso fue condición previa y, con seguridad, mucho más importante que la propia atención médica terapéutica. Y fue la dirección maoísta del PCCh la que encabezó la educación, la organización y la autodisciplina consciente del pueblo chino en la lucha por su propia salud: una herencia cultural de la que luego se apropió la burguesía china y que hoy Xi Jinping exhibe como mérito propio.

La dirigencia que en 1978, liderada por Deng Xiaoping, restauró el capitalismo, abandonó y desmanteló todas esas políticas. La privatización −de hecho o de derecho− del campo y de las grandes empresas estatales también privatizó la salud, librándola al «mercado» y transformándola, como en todos los países capitalistas, en un negocio de pocos. El gobierno central y los gobiernos provinciales y municipales recortaron drásticamente el gasto en salud, que dejó de ser pública para convertirse en privada y paga.

Familia pobre en la provincia de Sichuan

En 20 años (1978-1999), el presupuesto central en salud bajó del 32% al 15%, y el gobierno central les tiró el fardo a las provincias para que lo sostuvieran con impuestos. Igual que en la economía y en los niveles de pobreza, en la salud también aumentaron las disparidades entre la costa y el interior y entre las condiciones sanitarias del campo y la ciudad.

Desaparecieron los «médicos descalzos» y las campañas sanitarias basadas en la movilización popular. Desapareció el Sistema Médico Cooperativo. Muchos «médicos descalzos» debieron sobrevivir convirtiéndose en curanderos de aldea. Se privatizaron los hospitales, que se convirtieron en clínicas exclusivas −muchas de capital extranjero− y pasaron a vender «servicios» de salud y a hacer ganancias con la venta de nuevas drogas medicinales, los nuevos métodos de testeo y las nuevas tecnologías. Se «motivó» a los médicos con bonos en dinero en función de las ganancias que sus «servicios» generaban a los hospitales. El resultado fue una explosión de la venta de drogas farmacéuticas y de servicios de alta tecnología como el diagnóstico por imágenes. Para los ricos y las capas medias acomodadas, obviamente.

Pero para millones la atención médica se hizo inalcanzable. El empobrecimiento de grandes masas campesinas −y el de los 150 millones de «trabajadores migrantes» que debieron abandonar las comunas disueltas y desplazarse del campo a las ciudades industriales para convertirse en mano de obra barata en las fábricas automotrices, electrónicas, siderúrgicas etc.−, hizo reaparecer enfermedades y epidemias que antes habían sido eliminadas. La mercantilización, descentralización y desfinanciamiento de la salud pública erosionó la propia capacidad de respuesta oficial frente a potenciales enfermedades contagiosas.

La epidemia del SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Grave) en 2003, y luego la de SIDA en 2004 y los brotes de tuberculosis resistentes a los antibióticos, especialmente en las zonas rurales, fueron un resultado siniestro de esas políticas.

Después del SARS, los reclamos sociales obligaron al gobierno chino a reactivar parcialmente el rol del Estado en la salud y aumentar drásticamente la inversión oficial en el área.

Coincidió con el auge de las exportaciones tras el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), y con el impulso oficial a los monopolios chinos para «salir afuera» y «tornarse globales» («Go out / Go global»), con lo que se multiplicaron los ingresos por exportaciones y las inversiones de las corporaciones en el extranjero, y con ellas las ganancias provenientes de la plusvalía extraída a millones de trabajadores en todo el mundo. 

Manifestación contra el despojo de tierra en Wukan, diciembre de 2011.

Allí, y en la explotación de millones de obreros industriales y rurales chinos, está probablemente el origen de los inmensos fondos que el gobierno de Xi Jinping pudo disponer para volcarlos abruptamente a la construcción de hospitales de emergencia, a la investigación de urgencia en vacunas contra el Coronavirus, y a la fabricación masiva de respiradores, mascarillas y vestimenta de protección que ayudaron a empezar a salir de la crisis sanitaria; y que ahora le permiten, además, reforzar la «ofensiva de encanto» de Pekín y sus aspiraciones hegemónicas en el escenario mundial ofreciendo colaboración y donaciones contra la pandemia a países europeos, africanos, latinoamericanos y hasta al propio Trump.

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