El martes 10 seguía, en su 6º día consecutivo, el paro nacional: algunos gremios lo convocaron como “ilimitado”. Lo que sí parece que va llegando a sus límites es la paciencia del aguerrido pueblo francés en su repudio al proyecto de reforma jubilatoria del presidente Emanuel Macron. El domingo 8 paró prácticamente todo el transporte público −colectivos, subtes, trenes de alta velocidad nacionales e internacionales, cortes de ruta con varios centenares de kilómetros de tránsito paralizado por la falta total de otros transportes−, en una movilización social que ya adquirió ribetes de masividad que hace tiempo no se veía. Los huelguistas bloquearon las terminales de micros para garantizar que ni uno solo rodara, o levantaron los controles en las casetas para que los autos pasaran sin pagar el peaje.
“Paren a Macron”, decían pancartas que llevaban algunos manifestantes del partido de izquierda “La Francia insumisa”. Las grandes corporaciones francesas apoyan a Macron, pero empiezan a temer la huelga interminable, y los cortes de ruta y escasez de nafta que amenaza derrumbar sus ganancias en proximidad de las fiestas. El secretario de la Federación de Sindicatos de los ferroviarios, Eric Meyer, dijo que el paro se mantendrá hasta que el Gobierno anuncie el retiro del proyecto de ley de reforma de las pensiones.
Recortar jubilaciones para recuperar las ganancias de los monopolios
El pueblo francés necesita, efectivamente, pararle la mano a Macron. Con el pretexto de “modernizar” y “eliminar las injusticias” de los más de 40 regímenes jubilatorios −privados, estatales, autónomos, etc.− en un único “sistema universal” (que el gobierno mantiene parcialmente oculto), Macron pretende barrer de un plumazo las conquistas logradas por diversos sectores en sus respectivas jubilaciones y precarizar las condiciones de retiro de millones de trabajadores. Eso sí, diciendo que entrarán en vigor recién dentro de 10 años, una promesa que tiene el único fin de enfriar los ánimos caldeados de los trabajadores y de las dirigencias sindicales, que ya conocen ese verso. La CGT francesa no ha hecho nada demasiado combativo, pero su secretario general Philippe Martinez tiene razón cuando declara: “No quiero que nuestros nietos nos digan: vos pudiste jubilarte a tal edad, pero a cambio sacrificaste mi jubilación”. La liquidación del actual sistema jubilatorio sería el golpe final a los restos del “estado de bienestar” de Francia, el sistema de protección social establecido por la burguesía francesa en la segunda posguerra para frenar la influencia del comunismo y la revolución.
Macron fue electo en mayo de 2017, y a poco más de dos años su gobierno se tambalea. El paro contra la reforma de las pensiones se suma a la conocida lucha de los “chalecos amarillos”, los conductores de autos que, sin una dirección unificada y ahora en solidaridad con las marchas sindicales, vienen manifestando sábado a sábado desde hace un año.
El jueves 5, junto con los “chalecos amarillos” y los trabajadores del transporte, había colmado las calles de París otra manifestación “contra la desocupación y la precariedad”. Ese día también el país quedó completamente paralizado, sin ferrocarriles pero con más de 800.000 personas en las concentraciones en toda Francia y 65.000 sólo en París.
Esta convergencia incipiente de los movimientos sociales es lo que más preocupa al gobierno de Macron pero, más allá de él, a las burguesías europeas que no terminan de sacar al continente de los efectos de la larga crisis mundial iniciada hace más de 10 años, en 2008.