El 30 de marzo 1982, fue el corolario de la resistencia del Movimiento Obrero a la dictadura. La CGT Brasil, una de las dos centrales en que se dividía el movimiento obrero durante la última dictadura, convocó a una movilización a Plaza de Mayo en el marco de la dictadura cívico-militar. En un clima de creciente descontento obrero y popular, la central dirigida por el cervecero Saúl Ubaldini motorizó una protesta que terminaría poniendo contra las cuerdas a la dictadura.
Las recetas del programa de Martínez de Hoz empezaban a manifestarse con fuerza, los periódicos de la época, casi a diario, publicaban noticias de cierres y suspensiones de diversas ramas industriales metalúrgicas, textiles, automotrices, etc. de todo el país
Los pequeños conflictos y reivindicaciones y, sobre todo, el mantener viva la llama de la organización de los trabajadores fueron las características de la época por lo que se pagó un alto costo: el 30% de los desaparecidos eran trabajadores y el 7% fue secuestrado en su lugar de trabajo; sin contar con la cantidad de delegados, miembros de Comisiones Internas, activistas y militantes obreros que fueron perseguidos y encarcelados para acallar las protestas y doblegar al Movimiento Obrero.

Una gesta histórica, obrera y popular
Ese mismo día, la Ciudad de Buenos Aires amaneció sitiada. Desde temprano, los trabajadores se fueron agrupando para encolumnarse tras la dirigencia. Avenida de Mayo y 9 de Julio. El objetivo: entregar un documento en la Casa Rosada. La columna avanzaba al grito de «Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar» y «Pueblo Unido jamás será vencido».
El Ministerio del Interior presionó para que la marcha no se hiciera, argumentando que la CGT no había solicitado la autorización correspondiente y que el acto podría producir alteraciones a la seguridad y el orden público, a la vez que recordó que seis dirigentes sindicales, entre ellos Saúl Ubaldini, se encontraban procesados por haber declarado otras huelgas generales.
El 30 de marzo de 1982 la movilización fue brutalmente reprimida. Tres horas de violentos enfrentamientos se dieron entre centenares de policías desplegados contra los manifestantes que intentaban llegar a la Plaza de Mayo.
Desde algunos balcones le tiraban cosas a la policía. Algunos se refugiaban en bares que cerraban sus puertas a los policías (a una de ellos le arrojaron una granada de gas lacrimógeno a través de la vidriera). Entre piquete y piquete, fuerzas represivas arremetían con todo lo que se les cruzaba.

La jornada que empezó temprano, terminó entrada la madrugada del día siguiente. El saldo en todo el país: más de mil trabajadores detenidos, enfrentamientos callejeros con la policía, barricadas y 50 mil personas movilizadas en las calles de todo el país. José Benedicto Ortiz -trabajador y sindicalista textil- asesinado en Mendoza, más de 2.500 heridos y unos 4.000 detenidos. Entre ellos, el Secretario General de la CGT -Saúl Ubaldini- y cinco integrantes de la Comisión directiva; el Premio Nobel de la Paz -Adolfo Pérez Esquivel- y un grupo de Madres de Plaza de Mayo.
Al día siguiente, la CGT en un documento afirmó que el proceso militar estaba «en desintegración y desbande» y reclamó por un gobierno cívico militar de transición a la democracia.
Lucharon y se fueron: así debemos recordar esa gesta
El 30 de marzo se rompió la cerradura. Se demostró, en la práctica, que la dictadura tambaleaba y para que termine había que empujarla. La mayoría del pueblo repudiaba a los milicos. Repudiaba y sigue repudiando cualquier forma de represión y autoritarismo. Los burócratas del “hay que darle tiempo” existían entonces y existen aún hoy.
En el pueblo, en cambio, como lo demuestran las grandes movilizaciones de este marzo caliente, siguen vivas. Las tradiciones rebeldes que se hicieron carne en la Semana Roja de 1909, en la Patagonia Rebelde o en la resistencia peronista, durante los Rosariazos, Cordobazos, el 30 de marzo, en diciembre de 2001, y otros hitos de la historia de la clase trabajadora y el pueblo argentino.
Éste es un pueblo rebelde, y eso lo saben sus verdugos y los escritores de historietas oficiales, que se inventan figurones con los que pretenden secuestrar el protagonismo popular.
Nuestro pueblo tiene su historia, pero todavía no ha podido conquistar el poder de la pluma que le permita escribirla. Esa es la tarea que enfrenta cada generación: “arrancar la tradición de manos del conformismo”, y darle un cauce para que esa rebeldía pueda escribir, a puño alzado, la historia a contrapelo.











