Un golpe al proyecto de “Europa superpotencia”.
El triunfo en Gran Bretaña del llamado “Brexit” (es decir, la salida de esa potencia de la Unión Europea) en el referéndum del jueves 23, fue un verdadero terremoto político y económico en Europa y en todo el mundo. El conservador primer ministro británico David Cameron, representante del sector “europeísta” de la burguesía monopolista inglesa que impulsa la continuidad de Gran Bretaña en la UE, presentó su renuncia y llamó a elecciones para octubre. Los “mercados” imperialistas apostaban a la continuidad y profundización del proceso integracionista de la UE: se desplomaron las bolsas de Europa y Asia; según algunos, la caída del valor del euro –la moneda europea– evaporó más de 325.000 millones de euros en un solo día.
El resultado provocó un cimbronazo en la propia Gran Bretaña. La posición antieuropeísta ganó en Inglaterra y Gales, pero en Escocia e Irlanda del Norte el antiguo odio nacional contra el dominio inglés pesó más: el voto mayoritario fue por la continuidad, y en ambas regiones se reactivó el movimiento nacionalista en reclamo de un nuevo referéndum, ahora por independizarse del Reino Unido y permanecer en la Unión Europea. En la consulta electoral de 2014 los escoceses habían rechazado separarse del Reino Unido, pero por escasa diferencia (55% a 44%); en 2015 el nacionalismo escocés, derrotando al laborismo, pasó de las 8 bancas que tenía en 2010 a las 56 actuales.
No un solo repudio, sino dos
La derecha europea –tanto la conservadora como la socialdemócrata–, interpretó que el triunfo de la posición anti-europeísta es producto exclusivamente del avance de las derechas ultranacionalistas, racistas y xenófobas –como la que en Gran Bretaña expresa Nigel Farage, líder y parlamentario del “Partido de la Independencia del Reino Unido” (UKIP)– frente a la ola de migrantes y refugiados que arriba a Europa desde el Medio Oriente y el norte de África. Temerosos de que sus países sufran el “efecto contagio”, los jefes del imperialismo europeo –la alemana Ángela Merkel, el italiano Matteo Renzi y el francés François Hollande– convocaron a sus gobiernos a reuniones de emergencia; se habla de que al “Brexit” podrían sucederle el “Frexit”, el “Grexit”, etc.: es decir la salida de Francia, Grecia y otros países de la UE donde viene creciendo la derecha anti-europeísta (y racista) como en Holanda, Austria, Dinamarca, Italia y Eslovenia.
Pero lo que la derecha y la mayor parte de la prensa ocultan –y lo que las burguesías imperialistas de toda Europa temen– es la masiva ola de repudio con que los pueblos europeos vienen marcando a las políticas ultraliberales y antipopulares de la UE. El rechazo popular ya se había manifestado en el triunfo del NO al proyecto de Constitución europea en Francia y en Holanda en 2005, más tarde en las puebladas de Grecia contra las políticas hambreadoras impuestas por la “Troika” FMI-Comisión Europea-Banco Central Europeo, y ahora en las grandes manifestaciones en Francia contra la reforma laboral de Hollande.
Es cierto que la derecha “euroescéptica”, vocera de los monopolios más aferrados a sus mercados nacionales y ex coloniales, para espantar a la opinión pública y volcarla contra la “dictadura de Bruselas” agita cuestiones como la de los refugiados y sus consecuencias: el desborde del gasto público, la competencia salarial de esa mano de obra barata, el colapso de los sistemas sanitarios, de transporte y educativos, la potencial infiltración de “terroristas”… Pero el voto de rechazo a la UE, que crece en la clase obrera y otros sectores populares en toda Europa –y también en Gran Bretaña– es también un voto de repudio a las políticas del capital financiero imperialista impuestas bajo la hegemonía del capital exportador alemán; a las “reformas laborales” y “reformas jubilatorias” que descargan la crisis imperialista sobre los pueblos; a los recortes del gasto público y el arrasamiento del llamado “estado de bienestar” y de las protecciones sociales establecidas tras la segunda Guerra Mundial; a la “desregulación” del capital y del trabajo, etc. Las masas populares de los países europeos ya han experimentado de sobra que ésta no es una “Europa de los pueblos” sino la Europa de los grandes monopolios, y que la cada vez mayor centralización política en Bruselas no opera en favor del bienestar popular sino de la unificación del capital monopolista europeo para la competencia con sus rivales yanquis, chinos y rusos.
Es cierto que en Gran Bretaña los xenófobos votaron a favor de la salida del Reino Unido de la UE; pero no todos los que votaron así lo hicieron por xenofobia. Es principalmente la socialdemocracia –una de las dos grandes vertientes de la burguesía imperialista en Europa– la que trata de remachar esta visión, ocultando que en Francia es el gobierno “socialista” de Hollande el que busca imponer una reforma laboral reaccionaria, y que en España fueron los “socialistas” del PSOE los que impusieron las políticas de ajuste y “austeridad”. Y en Gran Bretaña, fueron las políticas de los “socialistas” Tony Blair y Gordon Brown –con la llamada “Tercera Vía” de los ‘90– las que devastaron regiones enteras alentando el traslado de industrias al este de Europa en busca de mano de obra barata y provocando una tremenda ola de desocupación; las que “desregularon” el trabajo para aumentar la “productividad” acrecentando la explotación laboral; las que destruyeron el sistema de protección social; y las que facilitaron la llegada de inmigrantes para que los empresarios pudieran bajar los salarios.
El “Brexit”, aunque pueda no significar el fin de la Unión Europea, ciertamente es el fin del sueño imperialista de crear los “Estados Unidos de Europa”, el objetivo de unificación ya no sólo económica sino política que se propusieron los padres fundadores de la Comunidad Económica Europea en los años posteriores a la 2ª Guerra Mundial para superar las rivalidades internas y hacer de la Europa unida una nueva superpotencia mundial.