Dejando todo en el volante y en la calle

Por un momento se sentó en uno de los micros de media distancia de la línea. Mientras recuperaba algo de fuerzas, Samuel contaba en diálogo conVamos! sobre su trabajo, sobre cómo lo acompaña su familia y sobre sus compañeros, con quienes acababan de protagonizar un corte parcial de la Panamericana a la altura de Maschwitz, el jueves 27. Samuel tiene algo más de un año en la empresa, casado con tres hijos. Con enorme esfuerzo pudo hacer el curso para entrar a trabajar a Dota, con la ayuda de un chofer que lo dejaba viajar gratis para llegar a Once, donde se daban las clases.

Durante aquellas clases, ya sin un peso desde mitad de mes, otro compañero de curso lo invitaba con un café. Ambos comenzaron luego a hacer las prácticas para comenzar a trabajar en la empresa. Pero Leo, su compañero, terminó baleado arriba de un colectivo mientras hacía una de estas prácticas, en uno de los tantos “hechos de inseguridad” que sufren los choferes. “Le pegaron un tiro en la clavícula y otro en la rodilla”, recordó. “Cuando me enteré no lo podía creer.” Samuel no se olvida nunca de su compañero, mientras la sigue peleando.

–Ya van más de 30 días de conflicto. ¿Cómo se sostiene cotidianamente?
–Cotidianamente con la ayuda de organizaciones que vienen a traer mercadería, a hacer su aporte voluntario para el fondo de lucha. Estamos pasando una caja estilo urna por los colectivos. Anteayer pasó un vecino y nos dejó 500 pesos. No quiso dar el nombre, no se quiso dar a conocer, porque nosotros a la mayoría de las personas que vienen a traer donaciones le sacamos una foto para archivo nuestro. Nosotros vemos el apoyo de la gente común, del pasajero, de los vecinos, y con eso estamos manteniendo la comida de todos los días. Hay que tener en cuenta que se está dando de comer entre 300 y 400 personas todos los días. Los fines de semana mengua un poco. Pero hay que comer, desayunar. Algunos se bañan acá. Yo estuve cuando arrancó el conflicto una semana acá. Me iba a la casa a dormir un día por medio.

Y bueno, los chicos míos me extrañaban y tenía que ir. Tuve conflicto con mi esposa. Se fue de mi casa. Volvió. Y entendió que teníamos que luchar juntos, como familia. Eso a uno lo bajonea, en el sentido de que uno tiene que estar peleando por el trabajo, por los conflictos en la casa… Pero eso es porque cada uno de nosotros tomó la decisión como persona, yo como jefe de hogar, de seguir y luchar por mi trabajo, de no renunciar a mis derechos, a lo que me corresponde, no renunciar a tener un futuro. Yo tomé esa decisión, y con mi familia. Yo le dije a mi esposa: ‘Mirá que esto da para rato’. Ella entendió y bueno, ahora estamos en familia, juntos. Y esto ya va más de un mes y estamos acá resistiendo.

Y a los compañeros hay que contenerlos, en todo sentido: emocionalmente y físicamente, porque ya va un mes. Este mes que pasó la empresa nos manda telegramas de que no nos va a pagar. Así que nosotros estamos tirando juntos y apoyando uno en el otro. Es la única manera.

–¿Y tu esposa y tus hijos vinieron por acá?

–Sí. Todo el tiempo. Mi señora entendió. Mis hijos también. Tengo una nena de 16 años que ella apoya pero no le gusta venir para acá. Pero los más chiquitos vienen, quieren estar conmigo, juegan, suben a los colectivos. Esto es como una familia. Todos nos conocemos entre todos, nos cuidamos entre todos.

–¿Cómo cambió la relación con tus compañeros de trabajo durante el conflicto?

–Cambió un montón, debido a que antes nos veíamos dos horas o tres horas antes de salir y nos cruzamos en la calle con los colectivos y ahora esa relación pasó a ser una convivencia. Nos estamos conociendo como personas y esto cada vez se hace más fuerte. No es que uno se conoce y está todo… No, acá hemos visto compañeros llorar, discutir entre compañeros que somos, de trabajo, de toda la vida, con la antigüedad que tengamos. Yo he discutido con compañeros que ahora me llevo bien. Discutimos mal, casi a las piñas; pero fue un momento de tensión que se vive constantemente. Hubo un momento que ya la tensión era muy grande que tuvimos que empezar a movilizarnos a activar y a hacer cosas porque el mismo estar no haciendo nada te come la cabeza. Y uno se siente presionado por todo lo que está pasando y los compañeros mal que mal se quieren sacar la bronca. Lo que pasó en Panamericana y 197 [la confrontación con la Gendarmería el martes 28/7] fue una demostración de que nosotros fuimos a hacer un corte pacífico. Pero la Gendarmería arrancó a reprimir y nosotros reaccionamos. Tengamos en cuenta de que si nosotros llegábamos a ir preparados para que nos repriman y nosotros responder, esto hubiera sido mucho peor. Y cuesta contener a los compañeros.

–¿Sos único sostén o también trabaja tu mujer?
–Ella estaba trabajando un tiempo, pero como tengo chicos chicos de 5 y 7 años, se complica para dejar a los chicos con alguien. Nosotros, yo y mi esposa, criamos a los chicos como nosotros los queremos criar. Entonces en base a eso, ella decidió dejar de trabajar cuando yo empecé a trabajar acá. Y ahora que no estamos trabajando, estamos haciendo economía de guerra como se dice; pero bueno, el sustento está. Pero, es muy diferente tener un sueldo y un gasto fijo por mes a no tener nada. Y hay que bancarlo. Y la única manera de bancar esto es estar acá con mis compañeros. Yo sé que acá tengo un plato de comida, sé que acá puedo dormir, puedo estar bien; y en cuanto a mi familia voy, les llevo mercadería o tengo conocidos que nos han ayudado y acá se está ayudando a todos los compañeros.

–¿El sueldo alcanza para sostener la familia?

–La canasta básica ronda entre los 14 ó 16 mil pesos. Nosotros estamos cobrando, metiendo horas extras, alrededor de 12 ó 13 mil pesos los que recién iniciamos, en mi caso con un año de antigüedad. Los que tienen mayor antigüedad sí tienen un porcentaje un poquito más alto. Pero no alcanza. Acá tenés que pensar en lo que es la mercadería por un lado, la educación por otro lado, y después tenés que optar: o te vestís o ahorrás para edificar casa o poner el auto en condiciones. Yo tengo un vehículo que todavía no lo puedo poner en condiciones, tengo la casa que había empezado a edificar, y con el aguinaldo ya arrancaba a hacer el pozo de baño. Yo estoy edificando adelante. ¿Qué pasó? Cuando arrancó todo esto nos pagaron la mitad del aguinaldo y la mitad del sueldo. Y eso es lo que yo estoy subsistiendo hasta ahora.

Ahora el mes que viene, esta fecha de cobro no sé cómo vamos a hacer. Hay que generar un fondo de lucha para sustentar aunque sea algo, una parte mínima del sueldo de todos los compañeros. Somos mil compañeros y tenemos que hacer un fondo de lucha de 5 millones de pesos. Eso es muy importante porque la empresa trabaja con la psicológica y la plata.

–¿Qué significa para el resto de los colectiveros de las otras líneas que ganen ustedes?
–Han venido varios compañeros con el rostro tapado o pidiendo que no publiquemos fotos de ellos porque tienen miedo que los echen de la empresa. Yo tengo conocidos y compañeros de la línea 21 y 28 que son de Dota en La Noria, que dicen: ‘loco, si caen ustedes caemos todos; ustedes son la única esperanza que tiene todo el transporte’. Nosotros también estamos concientes que no sólo el Transporte tiene los ojos puestos en nosotros, con todo el aliento que nos dan por mensaje, Facebook y twitter: ‘vamos que ustedes pueden’, sino que también hay empresas de otros sectores.

Yo sé que el día de mañana si tengo que decir que perdimos esta batalla, digo bueno, ‘la perdimos pero dimos todo’. Pero no quiero pensar el día de mañana que perdimos porque no quise pelear o que nos arrodillamos. Ese es el problema que los carneros no entienden; ellos piensan individualistamente en sacar su plata en confiar en la patronal porque ellos no entienden que somos un número para la patronal. Somos un número que genera tanto gasto y tantas entradas. Punto. ‘¿Este número no me sirve más? Lo borro, lo echo. Le pongo el artículo 245 [de la Ley de Contrato de Trabajo] y lo echo.’ Y eso es lo que nosotros no queremos que se permita acá, que pongan el 245 y nos vayan limpiando de a poco. Y bueno, esto llegó hasta un punto que dijimos ‘basta’. Hasta acá llegamos.

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