Un fascista presidente en Brasil

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No hubo milagro en Brasil y el fascista Jair Bolsonaro fue electo presidente con el Partido Social Liberal (PSL). La diferencia con el elegido de Lula Da Silva, Fernando Haddad, fue menor que en la primera vuelta pero igual fue más que suficiente. Bolsonaro reunió unos 58 millones de votos (55,1%) superando los 47 millones (44,9%) que reunió Haddad. La participación electoral fue de casi el 79%; lo usual si no fuera por el hecho de que el Tribunal Superior Electoral dejó fuera del padrón a más de 3 millones de personas.

Habiendo obtenido un 46% en la primera vuelta y pensando en la disputa electoral de sectores intermedios, Bolsonaro buscó hacia el balotaje aggiornar su imagen relativizando algunas de sus célebres frases machistas, homofóbicas y racistas. “La opción de cada uno interesa a cada uno”, afirmó en un video y hasta mostró un “amigo gay”. Pero, fundamentalmente, Jair Bolsonaro siguió sosteniendo su eje de orden con mano dura y fin de la corrupción, en un país donde mueren más de 60 mil personas por año en hechos violentos o de inseguridad. Con ese objetivo hace ostentación de su origen militar, habiendo comenzado su incursión en la política mientras era capitán paracaidista reclamando mejoras salariales. “Estamos en guerra”, dijo en su primera entrevista tras ser electo presidente ante el crecimiento de crímenes y aseguró que facilitará la portación de armas.

Junto con esto, cuestionó al candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Haddad, al identificarlo no sólo con Lula y Dilma sino también con el presidente venezolano Nicolás Maduro. Pero se excusó en su estado de salud tras el “atentado” para no acudir a ninguno de los seis debates electorales programados entre la primera y segunda vuelta. Evidentemente no le convenía el debate cara a cara.

Probablemente, Bolsonaro no haya aparecido como responsable de la tremenda crisis social que está sufriendo Brasil. Michel Temer, en cambio, quedará en la historia como el presidente golpista que hizo el trabajo sucio de sacar al PT de la presidencia pero que termina su mandato repudiado por el pueblo. A tal punto es así que su candidato Henrique Meirelles obtuvo apenas un 1,2% en la primera vuelta, y su partido MDB perdió 4 bancas de senadores y 31 bancas de diputados.

El PT también fue castigado por la crisis social y Dilma Rousseff quizás haya sido la cara más golpeada, quedando cuarta como candidata a senadora en Minas Gerais (aun cuando las encuestas la daban como favorita). A esto se sumó la corrupción, apuntada desde los medios hegemónicos como la causa de esta crisis. Ya electo, Bolsonaro anunció que el juez Sergio Moro –el de la causa Lava Jato y quien envió a Lula preso– será su ministro de Justicia y Seguridad Pública. Y al incluir a Maduro en su campaña, Bolsonaro hace referencia a la avalancha de venezolanos que cruzaron la frontera e insiste con el fracaso del “populismo”.

En esta situación, el PT había intentado utilizar el apoyo que Lula conserva y el recuerdo de los buenos tiempos de su gobierno, durante el cuál Brasil tuvo un crecimiento económico histórico y 28 millones de brasileros salieron de la pobreza. “Brasil feliz de nuevo”, habían lanzado como consigna cuando Lula todavía no había sido proscripto. Luego siguieron con “Haddad es Lula”, campaña con que no alcanzó al 30% en primera vuelta. Y cerraron el balotaje con “Ahora es Haddad”. Al parecer, para el pueblo brasilero Haddad no llega a ser Lula y por eso la proscripción resuelta por el Tribunal Superior Electoral fue un golpe tan duro.

Mientras hubo tiempos de bonanza con los altos precios de las materias primas –impulsada en gran medida por la demanda china–, Lula condujo exitosamente el país más poblado de América Latina. El cambio de esta situación derivó en el ajuste que implementó Dilma. Ni antes ni durante se puso a foco las bases estructurales de la dependencia –no sólo con EEUU–, que condenan al atraso a nuestros países. Entonces vino el después, en plena crisis, cuando quienes se creen “dueños” del Brasil pasaron a considerar que ya no es negocio destinar “su” plata a políticas “populistas”.

Dime quién te banca…

Bolsonaro tiene el apoyo de influyentes iglesias evangelistas, cuyos creyentes son cerca del 29% de la población y que han realizado una decidida campaña. Naturalmente que tiene el respaldo de las Fuerzas Armadas. Y, lo más importante, de poderosos sectores de clases dominantes como los terratenientes y empresarios agrarios nucleados en Aprosoja. Uno de los objetivos de este grupo es seguir ampliando la frontera agropecuaria, a base de deforestación del Amazonas. Realmente un enorme negocio, con conocidas consecuencias ambientales.

El papel de las Fuerzas Armadas no fue meramente simbólico. “El Ejército brasileño juzga compartir el anhelo de todos los ciudadanos de bien de repudio a la impunidad…”, había afirmado el comandante del Ejército, general Eduardo Villas Boas, en abril durante el juicio que definió la cárcel al ex presidente Lula por su twitter que tiene 130.000 seguidores. Una amenaza a la propia Corte Suprema, que fue permitida. Porque Brasil es un país donde los militares mantienen un peso en la política que en nuestro país ya no existe.

La dictadura brasilera de 1964 a 1985 no tuvo juicios como los que conquistamos en nuestro país, sino que se valió de su propia Ley de Amnistía de 1979, que sigue vigente. Recién en 2011, durante el mandato de Rousseff, el Congreso aprobó la creación de una Comisión de la Verdad. Muy resistida en las Fuerzas Armadas, su informe de 2014 describió graves violaciones a derechos humanos como parte de una acción sistemática del Estado brasileño y las consideró crímenes de lesa humanidad (y que no prescriben). Poco antes, el primer militar condenado por tortura había sido el coronel Brilhante Ustra, torturador de Dilma homenajeado por Bolsonaro cuando como diputado votó su destitución. “El error de la dictadura fue torturar y no matar”, había dicho en 2016. Con sus antecedentes, no se puede descartar ninguna hipótesis en relación a su curioso atentado.

Ahora el Ejército tiene presencia dentro de las favelas. Allí donde fue ejecutada Marielle Franco de cuatro tiros en la cabeza. Crimen aún impune que no fue repudiado por Bolsonaro. La “solución” que propone el general (r) Augusto Heleno es que los “derechos humanos, básicamente, son para los humanos derechos”. Heleno es señalado como quién sería el próximo ministro de Defensa y apoya la militarización de las favelas frente al narcotráfico y los crímenes.

Por otra parte, se van mostrando diversos elementos que relacionan al presidente electo con EEUU. No sólo por el origen yanqui de la iglesia Asamblea de Dios, que lo bautizó en 2016. Antes que visitar cualquier presidente, Bolsonaro ya electo se reunió con el embajador de EEUU en Brasil. En sintonía con la posición del presidente yanqui, en la campaña había cuestionado al rival de EEUU al afirmar: “China no está comprando en Brasil, China está comprando Brasil”. También en línea con la política exterior yanqui, confirmó que trasladará la embajada brasilera en Israel a Jerusalén. Antes había afirmado que “Palestina no es un país” y propuso cerrar su embajada en Brasilia. “No hay ningún prejuicio en relación al Ejército americano”, afirmó el general (r) Augusto Heleno para destacar el trabajo conjunto.

Quizás una parte lo haya votado con vergüenza. Eso explicaría por qué las encuestadoras no habían previsto lo decisivo de su triunfo en la primera vuelta. Pero, con Bolsonaro, los sectores más reaccionarios están inflando el pecho de desprecio hacia las clases y sectores oprimidos. Su partido, el PSL, obtuvo 50 nuevos diputados. Aunque con eso tiene ahora, propios, 52 diputados y 4 senadores; en un Congreso que reúne 513 diputados y 81 senadores distribuidos entre 30 partidos. En Brasil, un país con peso fundamental de la agricultura, los partidos locales mantienen una enorme influencia. Esto lo obligará a una compleja alquimia de gobierno más allá de que asume fortalecido.

Vendrá el tiempo de su gobierno. Su economista ortodoxo Paulo Guedes –doctorado en la Universidad de Chicago– señaló como prioridad central el déficit fiscal. Veremos hasta dónde llegan las privatizaciones; y qué pasa con Petrobras. Veremos la flexibilización laboral y la reforma previsional; y la respuesta de los trabajadores. Veremos si la militarización resuelve algo, de lo que hasta ahora no ha resuelto. Y sobre todo veremos que el pueblo nunca deja de luchar.

Repercusiones

Según escribió en La Nación Joaquín Morales Solá, Macri debería estar preocupado porque “parte de su oposición deje la izquierda y pretenda arroparse en Bolsonaro para disputarle su propio espacio” (31/10). El senador Miguel Pichetto reforzó su xenofobia y habló de terminar con “el esquema hipócrita de derechos humanos”. El diputado salteño Alfredo Olmedo recordó que también fue bautizado por una iglesia evangélica y se aventuró a afirmar que será presidente. Si tan seguros están de ir por ese lado, deberían entonces abrazarse con el hijo de Antonio Domingo Bussi, que es realmente lo más parecido a Bolsonaro que hemos tenido en Argentina.

Pero Argentina no es Brasil. Basta recordar el contundente repudio al 2×1 que la Corte Suprema intentó dar a los genocidas, tras lo cual el propio macrismo debió recular en el Congreso. Y si bien Brasil es claramente la principal economía latinoamericana (con un PBI que más que triplica al nuestro), su industria no tiene en proporción el peso que tiene aquí (lo que puede verse en su PBI per cápita).

Por otra parte, tampoco debe omitirse el cambio político operado en la segunda economía latinoamericana: México. Allí, con Andrés Manuel López Obrador, el pueblo se expresó contra el narcotráfico y la corrupción, contra el liberalismo y por una posición más firme frente a Trump (ver Vamos! Nº123). No hay por qué apresurarse, entonces, a aseverar que estamos en una oleada reaccionaria regional. En verdad, el destino de nuestra América y de nuestro país no están sellados. La lucha continua porque el pueblo necesita la liberación nacional y social.