El 29 de Mayo de 1969 la ciudad de Córdoba amaneció con un paro general de 36 horas, convocado por la CGT. La eliminación del sábado inglés incentivó la oposición obrera a los planes económicos de la dictadura de Onganía, que intentó implementar un programa económico liberal a la medida del capital concentrado y de los organismos internacionales.
El hartazgo fue generalizado. La movilización empezó por la mañana, encabezada por las columnas de los sindicatos SMATA, Luz y Fuerza, UOM y UTA, que avanzaban desde sus lugares de trabajo hacia el centro de la ciudad. También se sumaban empleados públicos, bancarios, judiciales, municipales y de comercio. Junto a los obreros industriales estaban los estudiantes universitarios.
Entre todos ellos, estaban ellas. Algunas habían sido parte de la preparación del paro junto a sus compañeros de trabajo, otras se sumaban, solidarias, con las columnas universitarias y otras lo hacían espontáneamente, desde sus casas, cuando empezaban a ver llegar las columnas decididas a entrar en la ciudad.
MARIA LILA GARCIA
“El Cordobazo en pleno nos agarró a toda mi familia viviendo en la calle San Lorenzo al 141, en el barrio Guemes. Por supuesto que este día se venía preparando desde hacía bastante. Lo digo cómo escribana, que estaba colaborando con la gente de Derechos Humanos; fui protagonista testigo directa de las tomas de fábricas que se producían y tengo recuerdos de haber salido de raje a las cuatro de la mañana, porque los obreros llamaban, para a hacer las actas y el protocolo y así dejar sentado todo lo que acontecía. Muchas veces iba junto al Cuqui Curutchet, pobrecito ¡cómo lo asesinaron!
(…) anduve esquivando los caballos de la montada que se pegaban una patinadas bárbaras entre las bolitas y también los manifestantes ¡les tiraban gatos! claro, los caballos se iban a la mierda…Así los obreros y los estudiantes fueron ocupando toda la ciudad. Pero el despelote total vino cuando nos enteramos que lo matan a Máximo Mena, la furia fue enorme y se incendia la Xerox de Colón; la verdad nos alegramos mucho, porque tenían unos guardias tan hijos de puta que apenas nos veían volanteando ¡nada más! y ya llamaban a la policía para que nos llevaran. Tenía terror de caer en cana……
Creo que a partir de este día la gente se radicalizó más. Se empezaron a pedir abiertamente elecciones libres y el regreso de Perón y era impresionante cómo se iban incorporando cuadros medios con mucha conciencia de lucha. Siempre pienso que, justamente, esa generación no se pudo reponer, porque quedaron vivos los chicos, los viejos y el miedo.”
LINA AVERNA
«Nuestro sueño era convertirnos en las primeras mujeres de Córdoba en tomar una fábrica. Y lo logramos, pero dos años después del Cordobazo, en 1971.
En septiembre de 1964 comencé mi tarea en ILASA. Tenía que soldar cables entre unas 300 chicas que iban desde los 16 a los 20.
No usábamos ninguna medida de protección, ni el menor equipamiento personal. Nos hacían convenios por separado de los varones y después supimos que no sólo cobraban más sino que tenían los puestos más calificados, cómo capataces o en mantenimiento.
Nosotras éramos todas operarias; encintábamos y cortábamos cables para colocarlos en terminales de las Estancieras de IKA-Renault.
Recuerdo cosas muy terribles de las jornadas laborales; por ejemplo no teníamos libertad para ir al baño; para hacerlo debíamos ir a la oficina del capataz y pedirle un permiso de plástico, para entregarlo a la Sra. Álvarez -en la puerta del baño- que nos controlaba marcando en una planilla cuanto tiempo demorábamos. ! A mí esas cosas me hacían bajar la tensión de los nervios que pasaba! .
Una vez surgió una compañera que nos dijo que debíamos afiliarnos al SMATA y ahí nomás trajo las solicitudes para llenarlas…
Nos subimos a una Estanciera del SMATA y enfilamos hacia el centro de Córdoba. Me agarré un susto grande cuando vi en la parte trasera del auto un montón de Molotov…pudimos llegar por Colón hasta el Cinerama y allí nos enfrentamos con la policía montada ¡ a pura bolita los hacíamos retroceder! Nosotras estábamos todas juntas y me acuerdo de la alegría que teníamos, yo me animaría a decir que el Cordobazo fue un verdadero bautismo para las que nunca abandonamos la lucha. La jornada del Cordobazo duró para mí en la calle hasta las 5 de la mañana del 30. Aunque estábamos muertas de hambre ninguna participó de saqueos.
Lo otro duro que vivimos fue cuando en 1971 decidimos las mujeres tomar ILASA. Estábamos cansadas de tener tanta diferencia salarial con los de Ika-Renault que ganaban casi el doble. La toma duró tres días que fueron tremendos, apalarearon a todos los metalúrgicos y después vino lo peor: despidos a todas las delegadas y activistas.
Pasé años sin trabajo, llevando el pesado cartel de “tomadora de fábrica”, después cuando volví a conseguir me empezaron a tildar de “montonera” y otra vez sin empleo. Vivía espantada de entrar en cana por nada, sentía que querían asustarme.
Me parece increíble después de todo estar viva.”
SUSY CARRANZA
“Cuando yo ingreso a trabajar la fábrica era una planta y un vestuario, allí comíamos el sandwichito que llevábamos de la casa, mientras otras hacían sus necesidades fisiológicas. Tener un comedor fue parte de la lucha de las obreras del vidrio y no un logro del sindicato.
En una de las tantas crisis que tuvo nuestro país, Kitrocer hizo un acuerdo con la Osram alemana y la fábrica se expande. Ahí pasamos a ser trescientas mujeres, con dos o tres varones que estudiaban carreras universitarias y manejaban las primeras computadoras.
Los jefes eran varones ¡dos flores de hijos de puta! Porque si les gustaba una piba, la ponían en la mejor máquina. Estaban de pie en la línea de producción –del otro lado de donde estábamos sentadas–, al haber tanto calor nosotras debíamos abrirnos el guardapolvo y se nos veía el traste; entonces ellos se paraban a mirarte el culo y cuando pasaban te lo tocaban si podían. Así le fue también a uno al que encerramos en el baño. Éramos bravas porque no nos gustaba que nos faltaran el respeto.
Acá no quiero que se me escape de la cabeza y dejar de nombrar a una compañera –que era enfermera también– Berta Elorriaga Amaranto, una militante desaparecida, después blanqueada y presa. La recuerdo especialmente porque la fábrica quedaba en un pasaje que corta la O’Higgins y cuando yo pasaba con el colectivo por esa esquina –hacia Camino a San Carlos– veía un cartel que decía: “Libertad a Berta Elorriaga Amaranto del vidrio”. Nunca se me fue esa imagen; es una forma de no olvidar a aquellas mujeres luchadoras en las fábricas de lámparas.
Porque hay que saber que en esa época había dos fábricas de lámparas: Lumitron y Cindalux, con malas condiciones laborales ambas, ya que el sindicato era el mismo y estaban bajo igual convenio…
El 29 de mayo de 1969 me tocaba trabajar a la tarde pero me fui a la mañana a buscar a mis compañeras. Al centro marchamos un grupo, con esas compañeras que venían de la universidad, y cuando llegamos a las vías, seguimos metiéndonos por el Parque Sarmiento hasta que logramos llegar a Plaza España; de allí nos dispersa la policía y yo me quedo corriendo junto al compañero Domínguez, de Transax, con el que estuve todo el día. Vimos autos ardiendo por Corro; en un momento se corrió la voz de la muerte de Mena y seguimos armando muchas más barricadas, con lo que la gente nos tiraba.
Me acuerdo muy puntualmente que en la plaza Vélez Sarsfield otro compañero de Transax puso su hombro sobre una montura de caballo, hizo fuerzas para arriba y ¡voló el cana! También recuerdo a otro policía por Colón y Rivera Indarte, con un papelito en la mano, que decía: “A mí me mandaron acá. ¿Aquí que hago?”. Le habían dado esa consigna y Córdoba ardía.
Si tuve miedo no lo sé, pero sí sabía que tenía que estar con alguien.
Intentamos llegar al Smata y no pudimos, y menos a Epec. Y así todo el día. Cuando anocheció íbamos por Cañada rumbo a Güemes, ya había entrado el ejército, entonces con mi compañero del Cordoba cruzamos por el Hospital Militar, haciéndonos los novios para despistar.
Inmediatamente después del Cordobazo, se vino en la fábrica un régimen militar, de esos que no te dejan levantar ni para ir al baño. Controlaban todo, no podíamos hablar entre nosotras. Eso hizo que las compañeras nos organizáramos más. Al final a mí me despiden en 1971 por activista militante, después de firmar un petitorio.
No obstante, fuera de la fábrica me seguía reuniendo con las chicas de Vanguardia Obrera del Vidrio, que armaron la Lista Rosa, la única lista combativa que tuvo el Sindicato del Vidrio en toda su existencia; en esa lista estaba un compañero llamado Alberto Leclerc –que fue desaparecido– hijo de una gran luchadora del Partido Comunista.
Empiezo a leer lo que es política y por primera vez cae el Manifiesto Comunista a mis manos, que fue para la época el mejor libro que leí. Después leí mucho sobre el peronismo y su rol en la Argentina, sobre la militancia obrera en América Latina y rescato también, fundamentalmente, lecturas sobre las mujeres. Yo digo que éramos “feministas silvestres».