¿El coronavirus derrumbó los mercados?

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Wall Street tuvo un nuevo lunes negro con una caída inédita en 33 años. (Foto: AFP)

El coronavirus apareció primero en China, donde golpeó la producción y el consumo: menos fábricas funcionando, menos transporte, menos vuelos.

China es la locomotora de la producción capitalista mundial: el gran productor y vendedor de bienes industriales (la “fábrica del mundo”), y gran comprador de energía y materias primas, inversor y prestamista.

Por lo tanto el frenazo industrial en China golpeó las previsiones mundiales de demanda de petróleo: el lunes 9 de marzo se derrumbaron los precios del crudo (hasta 30% en un solo día) y la perspectiva de un frenazo productivo generalizado hundió los valores accionarios en las bolsas de todo el mundo.

Se habló de un “lunes negro”, en recuerdo de aquel “jueves negro” que en octubre de 1929 inició el cataclismo económico conocido como la “Crisis del 30”.

¿Fue el virus el que hizo tambalear la economía mundial? No: lo que hizo fue sacar abruptamente a la luz la verdadera enfermedad, las lacras de un sistema en que todo es mercancía −desde los alimentos y la salud hasta el petróleo−, en que las necesidades económicas de las sociedades y de los países sólo cuentan si rinden ganancias a las empresas y en primer lugar a las corporaciones monopolistas: mayor producción de petróleo no se convierte en energía más barata para la producción y la vida de los pueblos sino en riqueza para los monopolios y países que lo venden a precios fijados por los grandes productores.

La recesión antes del virus

Con el coronavirus surgió el fantasma de una paralización de la economía china y, de rebote, de toda la economía mundial.

Pero ya bastante antes de que surgiera la epidemia se evidenciaba la desaceleración de las principales economías. El FMI y la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) ya habían rebajado sus pronósticos de crecimiento para 2020 de la economía internacional que −advirtió el FMI− se encuentra en una situación “peligrosamente vulnerable”. La Reserva Federal de EEUU venía bajando las tasas de interés, intentando una vez más abaratar el crédito y reactivar así la producción y el consumo.

Pero la economía mundial sufre la conjunción de muchos golpes: dos años de guerra comercial entre EEUU y China, que en enero entró apenas en una pausa temporaria; la consumación de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (el “Brexit”); la acumulación de enormes deudas públicas y privadas en los países “centrales”; grandes protestas sociales en muchos países que se traducen en baja de las inversiones empresariales (desde Chile contra la opresión política y social de los últimos 30 años, hasta Francia contra la reforma jubilatoria)…

Todo eso ya empujaba, mucho antes de que apareciera el coronavirus, una fuerte tendencia a la recesión en Alemania, Italia, EEUU, China.

La sobreproducción petrolera mundial, con la consiguiente caída de sus precios, se acentuó en los últimos pocos años, con el ingreso de EEUU como gran productor y exportador mundial a partir de la técnica del fracking (fracturación hidráulica, que multiplicó la producción de crudo en Texas), que en 10 años duplicó su producción y no sólo cubre sus necesidades internas sino que exporta.

Según algunos cálculos, en el mercado mundial sobran casi 4 millones de barriles diarios (en 2018 era 1 millón); es decir que alrededor de un 4% de la oferta mundial no encuentra hoy compradores, y los tanques de almacenamiento en países como China ya están llenos.

Desde 2017 los países petroleros tratan de mantener altos los precios del crudo, en un mercado mundial donde ya hay exceso de oferta. Esto no es coronavirus sino capitalismo.

El menor crecimiento de la Unión Europea, China y EEUU se traduce en menos importaciones y por lo tanto caída de los precios de los productos que compran (principalmente materias primas como energía, productos mineros y alimentos), lo que a su vez es un hachazo a las economías especializadas sólo en esos productos primarios como las de América Latina, África y Asia.

El descalabro de la economía mundial se agravó
con la guerra de precios en el mercado petrolero

Los 13 integrantes de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), encabezados por Arabia Saudita, acudieron al mismo mecanismo que en la famosa “crisis del petróleo” de 1973: un recorte gigantesco en la producción (un millón y medio de barriles por día, la mayor reducción desde la crisis mundial de 2008) para que la escasez mantuviera altos los precios del barril. Pero Rusia (el 2º de los grandes productores y exportadores mundiales, después de EEUU y antes de Arabia Saudita) se negó a producir menos para no perder ingresos, agravando la sobreproducción y la caída de los precios en el mundo. Finalmente Moscú acordó con los sauditas sumarse al recorte.

Además de a países de la OPEP como Venezuela, Nigeria o Libia donde el crecimiento económico y los ingresos fiscales son muy dependientes de sus ventas petroleras, la baja de los precios petroleros afecta a grandes fondos de inversión que, huyendo de la baja de tasas de ganancia en la producción, vuelcan grandes capitales a la especulación comprando materias primas a “futuro” y acumulando así grandes cantidades de petróleo “virtual”, cuyo valor ahora se derrumba. La crisis o quiebra de esos fondos de inversión gigantescos deja sin financiamiento a empresas, monopolios y hasta a economías enteras, agravando la recesión mundial.

Aparentemente en pocas semanas China ya está empezando a lograr el control del brote epidémico en su territorio, lo cual parece casi milagroso en un país de 1.400 millones de habitantes.

Los enormes fondos que el gobierno derivó con celeridad a la invención y producción de vacunas y a la construcción −en cuestión de días− de grandes hospitales de campaña para afrontar la crisis sanitaria, muestran a una gran potencia imperialista con enormes reservas provenientes no sólo de su producción y su mercado interno sino de las ganancias que obtienen con sus masivas inversiones en el extranjero.

El hecho de que parte de esas millonarias reservas se destinen a planes de prevención en salud como ahora, sin duda es herencia de la época socialista de China (1949-1978), cuando la salud popular y la lucha contra plagas y epidemias era una prioridad para la que el gobierno maoísta destinaba enormes recursos y promovía grandes movilizaciones sociales.

Italia, en cambio, se convirtió en una muestra catastrófica de la devastación en el sistema de salud que dejaron décadas de políticas ultraliberales en favor de los monopolios y en perjuicio del pueblo. Puestos de salud pública desmantelados, hospitales colapsados, falta de médicos y enfermeros, carpas con camas en la calle para los infectados, carencia de vacunas y de insumos, cuarentena y encierro de ciudades enteras en todo el país sin que se garantice el trabajo, ni el cobro de salarios, ni el funcionamiento de almacenes y transportes: un cuadro que seguramente durará y que, si sigue expandiéndose en otros países de la Unión Europea, será un nuevo golpe recesivo para la economía mundial.

Esta −y no preocupaciones “humanitarias”− es la razón de fondo que decidió al gobierno de Xi Jinping a enviar personal y aparatos médicos a Italia para ayudar a superar la crisis.